Blue Zones: La Medicina del Estilo de Vida como vehículo de longevidad colectiva
Por María Mirón, Psicóloga Clínica | AMMEV
1 Agosto 2025
Hace unos días escuché a una buena amiga decir en una reunión “ay, mi abuela desayunaba barbacoa todos los días y vivió hasta los 100, no puede ser tan mala”. Y yo también tuve un abuelo que fumaba muchísimo y a pesar de eso vivió hasta los 93. Lejos de hacerme dudar de los estragos del tabaco, esta clase de historias me hacen pensar más bien en el terreno biológico, emocional y cultural al que llegaban esos cigarros. No en la barbacoa ni en el humo en sí, sino en los múltiples sistemas que los alojaban.
Seguramente esta clase de razonamientos, marcados por falacias como el post hoc ergo propter hoc, no nos son extraños. Pero la ciencia es clara: no basta con anécdotas y excepciones para explicar patrones poblacionales.
Y, sin embargo, sí existen cerca de nosotros comunidades enteras que incluso el día de hoy parecen desafiar las expectativas de longevidad, envejeciendo con salud, vitalidad y propósito. Estas regiones, conocidas como Blue Zones, han sido estudiadas por su alta concentración de centagenarios, quienes no solo viven más (lifespan), sino que lo hacen con mejor calidad de vida (healthspan). ¿Cuál es su secreto? Muchos investigadores han buscado responder esta pregunta, y hoy la ciencia nos sugiere que gran parte se puede explicar por lo que promovemos en la Medicina del Estilo de Vida (MEV): hábitos cotidianos sostenibles que fortalecen la salud física, cognitiva, social-emocional y ambiental.
El término de Blue Zones fue acuñado por Dan Buettner y un equipo de investigadores demográficos en 2004, quienes durante una expedición con National Geographic identificaron cinco regiones del mundo donde la esperanza de vida es significativamente superior al promedio: Okinawa (Japón), Cerdeña (Italia), Nicoya (Costa Rica), Icaria (Grecia) y Loma Linda (EUA).
A pesar de estar geográficamente distantes y de ser tanto genética como culturalmente diversas, estas comunidades comparten ciertos hábitos clave que coinciden con los pilares de la MEV:
Alimentación basada en plantas: En las Blue Zones, la dieta se compone en su mayoría de alimentos integrales de origen vegetal: legumbres, frutas, verduras, cereales enteros y frutos secos. El consumo de carne roja es mínimo y suele reservarse para ocasiones especiales. Hoy es bien conocido que la diversidad de alimentos de origen vegetal predice marcadores de inflamación bajos y una microbiota saludable, y estudios longitudinales incluso han mostrado que una dieta rica en vegetales se asocia con menor riesgo de enfermedades cardiovasculares, cáncer y mortalidad por todas las causas (Wang et al., 2015).
Actividad física natural y regular: Las personas en estas regiones no necesariamente van al gimnasio, pero se mueven constantemente: caminan, cultivan sus alimentos, suben colinas, cuidan a sus animales, participan en actividades comunitarias. La actividad física está integrada en su vida diaria. Revisiones sistemáticas de la literatura recientes apuntan a que el ejercicio regular, incluso en bajas intensidades, se asocia con menor riesgo de mortalidad y con mayor funcionalidad en la vejez (Ekelund et al., 2019).
Conexiones sociales significativas: El sentido de pertenencia y comunidad es central para la salud y la longevidad. En las Blue Zones el aislamiento social es la excepción, y las personas viven toda su vida integradas a una red de apoyo cercano, ya sea a través de la familia extensa, redes de amistades, círculos religiosos o espacios compartidos. La soledad crónica se ha asociado con un riesgo aumentado de demencia, enfermedad cardiovascular y mortalidad prematura (Holt-Lunstad et al., 2015).
Manejo del estrés: En todas las Blue Zones hay prácticas culturales para "bajar el ritmo" y estar presentes: la oración vespertina en Loma Linda, la siesta en Icaria, el “moai” (grupo de apoyo social) en Okinawa. Estas prácticas disminuyen los niveles de estrés crónico, un factor de riesgo que frecuentemente subestimamos, para el cuál sin embargo tenemos mucha evidencia acumulada. El estrés sostenido sobreactiva el eje hipotalámico-hipofisario-adrenal (HPA) y contribuye así al deterioro inmunológico, metabólico y cognitivo (McEwen, 2004).
Sueño reparador: No se trata solo de cantidad de horas de sueño, sino también de ritmo circadiano y descanso natural. En las comunidades más longevas del mundo, las rutinas están alineadas con la luz solar y los horarios comunitarios. Sabemos que dormir entre 7 y 9 horas de forma regular se asocia con menor riesgo de enfermedades crónicas y mejor salud mental (Itani et al., 2017). Hay múltiples vías fisiológicas en acción aquí, una de las más relevantes cuando pensamos en envejecer con autonomía es que cuando las fases del sueño son interrumpidas, se interrumpe también la capacidad que tiene sistema glinfático de deshacerse de la beta-amiloide que se acumula en el cerebro (Harvard Health Publishing, 2017).
Lo que las Blue Zones nos enseñan es que la longevidad saludable no es producto de la suerte genética, sino una propiedad emergente de entornos sociales, culturales y ecológicos que favorecen el bienestar. La buena noticia es que los pilares de la MEV son replicables, accesibles y adaptables a nuestras realidades.
En AMMEV, creemos que las Blue Zones no son una utopía lejana, sino un recordatorio de que lo extraordinario puede nacer de lo cotidiano. Aprender las competencias necesarias para practicar la MEV con nuestros pacientes, consultantes y en nuestra vida no solo es una sólida estrategia clínica basada en evidencia, también es el camino hacia una práctica que dialoga con los estándares internacionales más relevantes en longevidad saludable. No me sorprende que el Blue Zones Institute (BZI) reconozca a la MEV como su “brazo médico” y que en un futuro cercano, solo quienes estén certificados en MEV podrán acceder a una certificación oficial por parte del BZI.
Referencias
Ekelund, U., Tarp, J., Steene-Johannessen, J., Hansen, B. H., Jefferis, B., Fagerland, M. W. & Lee, I. M. (2019). Dose-response associations between accelerometry measured physical activity and sedentary time and all cause mortality: systematic review and harmonised meta-analysis. BMJ, 366, l4570. https://doi.org/10.1136/bmj.l4570
Hill, P. L., & Turiano, N. A. (2014). Purpose in life as a predictor of mortality across adulthood. Psychological Science, 25(7), 1482–1486. https://doi.org/10.1177/0956797614531799
Holt-Lunstad, J., Smith, T. B., Baker, M., Harris, T., & Stephenson, D. (2015). Loneliness and social isolation as risk factors for mortality: a meta-analytic review. Perspectives on Psychological Science, 10(2), 227-237. https://doi.org/10.1177/1745691614568352
Itani, O., Jike, M., Watanabe, N., & Kaneita, Y. (2017). Short sleep duration and health outcomes: a systematic review, meta-analysis, and meta-regression. Sleep Medicine, 32, 246–256. https://doi.org/10.1016/j.sleep.2016.08.006
Mehta, D. (2017, septiembre 8). Waking up to Alzheimer’s: Can getting quality sleep help prevent the disease? Harvard Health Publishing. https://www.health.harvard.edu/blog/waking-up-to-alzheimers-can-getting-quality-sleep-help-prevent-the-disease-2017090812293
McEwen, B. S. (2004). Protection and damage from acute and chronic stress: allostasis and allostatic overload and relevance to the pathophysiology of psychiatric disorders. Annals of the New York Academy of Sciences, 1032(1), 1–7. https://doi.org/10.1196/annals.1314.001
Wang, X., Ouyang, Y., Liu, J., Zhu, M., Zhao, G., Bao, W., & Hu, F. B. (2015). Fruit and vegetable consumption and mortality from all causes, cardiovascular disease, and cancer: systematic review and dose-response meta-analysis of prospective cohort studies. BMJ, 349, g4490. https://doi.org/10.1136/bmj.g4490